Pero no es sólo una pose. Parecerlo es bonito, pero serlo de verdad exige un compromiso, una manera de andar… ahora por la vida. Hasta llegar aquí, con el respeto y el prestigio de la afición y de sus propios compañeros conquistado, ha habido que caminar mucho pero siempre en línea recta, sin salirse del carril. Por eso hubo años que pintó más paredes que contratos firmó, pues concluyó que era más digno coger la brocha gorda que la muleta si alguien, aprovechándose de la necesidad económica y sobre todo espiritual de torear, pretendió no darle lo suyo.
¿Pero qué es lo suyo? Depende de cada momento, pero partamos de una base: contratar a un torero que toree así, con la cintura acompasada y los hombros caídos, más con el alma que con los brazos, ha de costar un dinerito. Nueve corridas toreó Diego Urdiales en 2025, una cifra ridícula que da pistas sobre lo descompensado de este negocio, con la mayoría de toreros manejados por las empresas, que trapichean y comisionan sin piedad con el beneplácito de los espadas, mientras la figura del apoderado independiente se va volviendo cada vez más residual. No sé si como una especie de aviso del sistema, llama la atención que Diego no cogiera ninguna sustitución de las muchas que hubo ante las bajas de Morante y Roca Rey entre otros, después de su memorable faena en Bilbao a un toro de Garcigrande.
Una faena que fue, quizá y sin quizá la mejor de la temporada, y que aunque no corresponde aquí describirla, sí invita a una reflexión: para torear de esa manera, con ese abandono, esa lentitud y esa cadencia casi irreales, hacen falta miles de horas estrujándose la cabeza, toreando de salón, sintiendo el toreo, para que cuando salga ese toro especial, con esa clase, con ese ritmo, un torero sea capaz de marcar la diferencia, de alejarse de lo corriente, de plasmar una obra que se quede en la memoria, que pase a la historia.
Llegado el invierno, conocimos que su etapa con Luis Miguel Villalpado, el hombre que lo defendió a muerte en los despachos y que le ayudó a ahondar en su concepto taurómaco, había concluido, y, sinceramente, me temí lo peor, que además era lo más humano. O sea, que Urdiales se pusiera en manos de una empresa para ya por fin, con medio siglo cumplido y todo demostrado, arrancara el 2026 con otra seguridad, con menos incertidumbre.
No fue así. Israel Vicente, amigo personal, excelente aficionado, en su tiempo periodista taurino e incluso hombre cercano a José Tomás, ha sido el elegido para que defienda en los despachos la categoría de un torero clásico. De un verso suelto. Libre, en toda la extensión de la palabra.

