Mi recuerdo de Rafael de Paula

por | Nov 2, 2025

Rafael de Paula falleció el pasado dos de noviembre en Jerez de la Frontera, su ciudad natal. La noticia me causó una honda impresión y una enorme tristeza, porque yo siempre admiré su arte inigualable. Es hora de ponerme a recordar. Ya me habían llevado a verle antes, pero el día que le descubrí como torero fue en Madrid, el 21 de mayo de 1979. Aquella tarde confirmó la alternativa Nimeño II, de manos de Paula y en presencia de Ángel Teruel, el gran torero madrileño. Teruel toreó con enorme clasicismo y gran suavidad a un toro castaño de Luis Algarra. Cortó una oreja que debieron ser dos. Pero entonces las presidencias en Madrid eran muy duras. Por cogida de Nimeño II, Rafael de Paula tuvo que matar tres toros. Vestido de corinto y azabache con el chaleco en oro, cuajó a los tres toros a la verónica. Aquello fue un recital glorioso. Apoderado en ese momento por la Casa Chopera, Paula estaba toreando mucho, y eso le dio confianza y regularidad. Quedé totalmente fascinado por ese capote de embrujo, ese empaque, ese juego de brazos. También le vi al sábado siguiente. Hizo un quite muy largo, de muchas verónicas con las manos muy bajas a un toro del Marqués de Domecq. La cogida se barruntaba, parecía imposible dar tantas verónicas sin reponer terreno. Y el toro le cogió. Le causó una grave lesión de rodilla que le sumió para siempre en la irregularidad. A los dos años, en 1981, recuerdo una tarde de petardo en Bilbao, vestido de azul marino y oro, pero hizo un quite de ensueño a un atanasio. La media verónica final quedó grabada para siempre en mi memoria.

El lunes 28 de septiembre de 1987, Rafael de Paula entró en la última corrida de la Feria de Otoño sustituyendo a Julio Robles, y después de haberse dejado un toro vivo en la misma plaza de Madrid en el mes de julio. La verdad es que Paula no estaba bien y nadie esperaba nada. Vestido otra vez de burdeos y azabache con el chaleco en oro (su traje fetiche desde la faena el toro de Bohóquez en Vista Alegre en 1974), cuajó un gran quite al tercero de la tarde, un buen toro de Joaquín Buendía. Puso la plaza boca abajo. En cuarto lugar salió “Corchero”, de la ganadería de Martínez Benavides. Se trataba de una ganadería secundaria, que tenía un cruce muy interesante entre Murube y Santa Coloma, y que en Madrid echaba toros de mucha clase. Y “Corchero” tuvo mucha clase. Paula lo toreó con el alma. Al día siguiente Joaquín Vidal tituló en el Diario El País: “Nunca el Toreo fue tan bello”. Y era cierto. La faena fue vivida en ambiente himnótico, de exaltación mística. Hubo muchos enganchones e imperfecciones. Pero los muletazos buenos fueron tan extraordinarios, que la gente se volvió loca. Nunca he vuelto a ver en una plaza semejante comunión con un torero. Paula mató mal. Llorando, se sentó encima del toro una vez muerto. Sólo dio la vuelta al ruedo, pero la gente salió de la plaza extasiada ante tanta belleza. Inmediatamente, fue anunciado en Sevilla para matar seis toros en solitario el doce de octubre. Debido a mi insistencia, me llevaron mis padres a ver la corrida, yo tenía 17 años. Hizo una gran faena a un toro de Bohórquez al que cortó las dos orejas. Fue una faena más extensa y pulida que la de Madrid, pero prefiero la de Las Ventas, por su desgarro y sentimiento. Después Rafael volvió a sumirse en un bache muy profundo que duró mucho tiempo.

Por último, me acuerdo de un festival en Chinchón, a mediados de los años noventa, con un Rafael de Paula ya muy mayor y casi sin poderse mover. Con un traje corto gris, hizo un quite glorioso a un novillo burraco de Guadalest. No se puede torear con mejor juego de brazos. Y la media verónica, totalmente roto, fue monumental. Al poco tiempo vi las imágenes por televisión de su última corrida en Jerez de la Frontera, cuando se dejó los dos toros vivos pero toreó de ensueño. Fue en el año 2000, cuando iba a cumplir cuarenta años de alternativa. Por razones de edad, no pude ver la mítica faena de Vista Alegre, pero he tenido mucha suerte con Paula, porque le vi bastantes veces rozar la sublime. Ha sido una de las cumbres toreando a la verónica de toda la Historia del Toreo.

La carrera de Rafael de Paula es totalmente atípica y desigual. Confirmó la alternativa con catorce temporadas como matador de toros. Aquél día con un solo quite, se pone en figura. Ha cortado poquísimas orejas, nunca ha salido a hombros en Madrid. Y sin embargo, se habla mucho más de él que de muchísimos toreros de amplia trayectoria. Nadie con tan poco consiguió tanto. Fue un auténtico mito viviente. Su estética era tan deslumbrante, que se perdonaba todo lo demás: los enganchones, los trallazos, las dudas… De Paula se valoraba lo bueno y se ignoraba lo malo. Es como si no existiera. Su total ausencia de técnica, esencial para un profesional del toreo, era otro de sus encantos, por paradójico que pueda resultar. Y es que esa estética expuesta ingenuamente, resplandecía impecable, por ser incompatible con cualquier trampa. Paula fue un torero apasionante. Probablemente si hubiera tenido más oficio y se hubiera prodigado más, no tendría tanto encanto. El toreo de Paula surgía milagrosamente, inesperadamente, en medio de la impotencia y la congoja. La estética más bella en las manos de un torero casi siempre a la deriva y con la ingenuidad de un niño. Belmonte en su vejez, mandaba a su chófer a recoger a Paula en Jerez y le echaba unas becerras. Es comprensible la fascinación de Belmonte por el gitano, porque en él veía la sublimación de la estética que él trajo al Toreo. Y además, con ese compás indefinible pero totalmente perceptible, que ponen los calés en todo lo que hacen. Juan Posada dijo que Rafael de Paula toreaba como los demás toreros soñaban. Y tenía razón.